Feria de las flores

En la instalación La feria de las flores, la artista Betty Cárdenas nos enfrenta a una imagen tan bella como perturbadora: cuchillos suspendidos en el aire, apuntando hacia la tierra como amenazas latentes, coronados por ramilletes floridos que evocan recién florecer. De cada hoja metálica emana sangre, como si la vida que sostienen las flores se alimentara de una violencia silenciosa pero persistente. Esta obra, tan potente en su simbolismo como en su montaje visual, es una crítica directa al contraste entre la belleza celebrada y la violencia encubierta.

Con esta instalación, Cárdenas vuelve su mirada crítica sobre Medellín, ciudad a la que pertenece y de la que extrae tanto la estética como el contenido político de su obra. La artista utiliza uno de los íconos culturales más reconocibles de la región —la Feria de las Flores— no para celebrarlo, sino para cuestionar lo que esconde: una tradición que, aunque orgullosamente exhibida, convive con profundas problemáticas sociales. Al poner en tensión los valores festivos con los signos del dolor, la obra revela la superficialidad de ciertos discursos culturales cuando no se confrontan con la realidad de las mujeres que, históricamente, han sido silenciadas, utilizadas o violentadas en nombre de la tradición y el progreso.

El gesto de hacer florecer cuchillos no solo subvierte el símbolo clásico de la flor como sinónimo de vida, pureza o belleza, sino que transforma estos ramos en artefactos de denuncia. El filo del cuchillo remite al sacrificio y a la amenaza constante que enfrentan las mujeres, especialmente cuando sus vidas son puestas al servicio de intereses económicos o culturales que las deshumanizan.

La feria de las flores es, así, una obra que condensa belleza y horror, celebración y advertencia, memoria y presente. Betty Cárdenas ofrece con ella una metáfora poderosa sobre el costo oculto de las tradiciones, y plantea una pregunta incómoda pero urgente: ¿a quién beneficia la belleza cuando se construye sobre la sangre?