El genio artístico: creatividad, enfermedad o pose. ¿Quién lo define?

“Primero tienes que experimentar lo que quieres expresar.” Vincent van Gogh
“Primero tienes que experimentar lo que quieres expresar.” Vincent van Gogh

¿Cómo saber con certeza lo que constituye la "locura” o la “genialidad”? ¿Quién nos asegura que los diagnósticos realizados por médicos psiquiatras y psicólogos de siglos pasados han sido correctos? ¿Cómo saber si en verdad el artista tenido por demente, no fué más que una persona agobiada por los problemas?

Nos han enseñado que los médicos psiquiatras y psicólogos son profesionales capacitados para detectar enfermedades mentales de manera precisa y con alto nivel ético. Sin embargo, los antiguos dictámenes de enfermedades como esquizofrenia, se ven denominados hoy como simples estados de estrés, cansancio o trastorno bipolar entre otros. Resulta entonces cuestionable la certeza de diagnósticos de locura hechos a artistas y creadores, bajo la premisa de que muchos de ellos fueron realizados en una época en la cual el concepto de locura se aplicaba a todo aquel comportamiento que se salía de lo fácilmente comprensible, y, que una vez realizado ese diagnóstico, el mismo se convierte en una etiqueta de la que resulta difícil deshacerse aún en la actualidad.

Un ejemplo claro de un rótulo difícil de eliminar es el caso de Vincent Van Gogh. Durante toda su vida atormentado por la tristeza, entrando y saliendo de sanatorios, ha quedado catalogado como el artista loquito, acosado por un mundo interior, (que dio vida a las obras que le sobrevivieron y que finalmente posibilitaron la fama que en vida se le negó) que lo condujo hasta el suicidio. Esa postura generalizada acerca de la vida y obra del artista ha salpicado y aún sigue haciéndolo a los artistas contemporáneos que en el mejor de los casos son definidos como “bohemios” a pesar de llevar vidas similares a las del resto de sus congéneres.

Pero el mito del artista atormentado, con un alma enferma y solitaria, entregado a vicios o fanatismos religiosos, incomprendido por todos; se reafirma con placentero sadismo en biografías e historias, que ponen de manifiesto la curiosidad morbosa que despierta en la gente “normal” la figura del genio creador y su creación, confirmando a su vez la hipocresía de una sociedad que mira maravillada la obra de arte pero desprecia, teme y se aleja del artista cuya locura y genialidad están enlazadas al tiempo en su cuerpo. Ese genio creador es ahora aceptado sin el temor que despertaba en siglos pasados, pero sigue siendo visto con recelo por aquellos más conservadores que mantienen la visión de épocas pasadas como una realidad cultural que se niega a morir.

El arte apareció desde el principio de la humanidad como necesidad manifiesta en todas las culturas. Ya sea por magia, reverencia, homenaje o expresión, el arte y los artistas siguen fascinando a los humanos. Las personas del común, apalancadas en las teorías de psiquiatras y psicólogos están convencidas en su gran mayoría de que el genio artístico y creador tiene mucho que ver con la locura. Si la genialidad artística es locura y enfermedad, ¿no será lógico pensar que todos los grandes artistas han estado marcados por la sombra de la enfermedad mental?

Así lo creyeron muchos y aunque no tenemos en la actualidad pruebas contundentes de la locura artística, millones de personas siguen aceptando esto. El siquiatra P. B. Gannushkin escribe: “ imposible no mencionar la relación que existe entre la sicopatía y la genialidad...

Irving Stone en su novela “Anhelo de vivir”, describe la personalidad del artista levantando una tácita frontera entre el genio y el común de las gentes: “Usted es un neurasténico, Vincent... nunca fue usted normal... Sabe usted, no hay un pintor que sea normal: quién está normal, no puede ser pintor. Las personas normales no crean obras de arte. Comen, duermen, cumplen el trabajo cotidiano habitual y mueren”

Muy a pesar de aquellos que se lucran con la producción de los artistas y a quienes no les conviene que esta teoría se derrumbe, no todo el mundo cree esa vieja premisa y el loco de antes sería hoy una persona que simplemente pudiera estar pasando por un periodo de fuerte estrés, atravesando una crisis en su vida (de índole económica, sentimental etc.). Sabemos que muchas enfermedades mentales diagnosticadas otrora, no tenían asidero firme y prueba de ello es el experimento realizado en 1969 por el psicólogo David L. Rosenhan y un grupo de voluntarios sanos que aduciendo síntomas inexistentes, lograron ser admitidos como pacientes en diversas instituciones mentales. Esto fué revelado por Rosenhan y publicado en la revista Science bajo el título “Sobre ser sano en lugares insanos” y pone en duda la capacidad de los profesionales para reconocer la locura o la cordura, ya que a pesar de que cada “paciente” pasó internado un promedio de 19 días, nadie en los hospitales detectó el engaño pese a que todos se comportaron de manera normal y aceptada en una persona “cuerda”.

En su estudio Rosenhan dice: “Habiendo sido una vez etiquetado como esquizofrénico, no hay nada que pueda hacer el paciente para superar la etiqueta que afecta profundamente las percepciones de los demás sobre él y su comportamiento.” De este mismo experimento se desprende también que el ser diagnosticado como “enfermo” incide no sólo en cómo lo ven los demás, -que fieles a lo que dice el especialista y sin cuestionamiento alguno, hacen coincidir cualquier acción con los síntomas- sino que permea igualmente la percepción que la persona tenga de sí misma, afectando en adelante su comportamiento y actitudes, restándole credibilidad, añadiendo una sensación de impotencia y convirtiéndose en una carga que en muchos casos acaba con su vida.

Salvo en contadas excepciones como en el caso de Leonora Carrington, (internada en un centro psiquiátrico del cual logró escapar, y de la que dijo Poniatowska: "No estaba para nada enloquecida, ella se enfrentó a la guerra y los locos fueron los que no entendieron el peligro de la guerra que vislumbró. Ella vislumbró a Hitler mucho más que cualquiera") los pacientes y en este caso los artistas quedaron ya marcados como enfermos mentales. “Dichas etiquetas, conferidas por los profesionales de la salud mental, tienen tanta influencia sobre el paciente como sobre sus familiares y amigos, y no debería sorprender a nadie que el diagnóstico actúe sobre ellos como una profecía autocumplida” ... “Finalmente, el propio paciente acepta el diagnóstico, con sus significados, excedentes y expectativas, y se comporta en consecuencia” asevera Rosenhan y añade: “Está claro que no podemos distinguir los cuerdos de los locos en hospitales psiquiátricos.”

Hoy, un ser humano (y en este grupo están los artistas, así algunos lo duden) considerado cuerdo experimenta en el transcurso de su vida cotidiana episodios de tristeza, euforia, malgenio, desagrado, sin llegar a ser catalogado como “anormal” o “enfermo”. Puede asimismo sentir simpatía o animadversión hacia alguien o rechazar lo que es aceptado por la gran masa y no por ello ser internado en una institución psiquiátrica o tenido como desquiciado mental; el loquito pobrecito al que hay que tratar de manera diferente, encerrar o alejar. ¡No! Hoy día el humano acepta sus estados anímicos como cosa natural, inherente a su condición humana y a la contemporaneidad, y tiene a mano un sinfín de herramientas para paliar con ellos sin ser discriminado.

El talento artístico, el genio creador, se da, al igual que la facilidad para las matemáticas, las relaciones sociales, la investigación o el gusto por la velocidad, las alturas o los animales, por razones que desconocemos pero que ciertamente no tienen que ver con la locura. El artista simplemente tiene, acepta y se da el permiso de expresarse con la herramienta que el arte le brinde; bien sea su cuerpo, un instrumento o un lienzo (entre otros). La labor artística no es más que eso: una labor, pero una labor que tiene la característica de ser –en algunos casos- libre, lo que posibilita por ello mismo la expresión auténtica del artista, sin tapujos ni condicionamientos, por lo que la obra llega a ser un reflejo de la vida, tiempo y sentir del creador.

Y es allí, en esa libertad que se permite el artista, que se da cita la creatividad.

La creatividad entonces, no va obligatoriamente de la mano de la locura, la creatividad va, imprescindiblemente, unida a la libertad (no refiriéndose obviamente a la libertad física, pues ya sabemos de muchos artistas, escritores y poetas que aún tras las rejas o confinados a una cama, produjeron obras que aún hoy conmueven). Esa libertad la ejercieron muchos artistas, por ejemplo asumiendo la pose del loco excéntrico (Dalí) o del desadaptado social (Basquiat) o del triste (Van Gogh) o del enfermo (Munch), lo que añade misterio a su personalidad, acercándolo a la gloria, la fama y el reconocimiento. ¿Ese deseo de gloria, fama y reconocimiento; no tendrá mucho que ver con la vanidad? ¿No es acaso la prevalencia del ego del artista por sobre la vida tranquila, sana y anónima? La idea romántica de artista atormentado, enfermo, perseguido y asediado por sus demonios y fantasmas, tan de moda en los siglos XIX y XX, ayudó a construir el mito del genio creador. Ya lo decía Oscar Wilde: “Sé bello y sé triste” frase que al parecer quedó incrustada en el inconsciente colectivo, como valor agregado a la figura del artista.

Ahora bien, se habla de la obra artística como creación y del artista como creador, y es allí donde converge el rechazo de los religiosos al genio creador que compite con su dios, prohibiendo cualquier fabricación de imágenes. “En el Islam existe incluso una animosidad general contra las fotografías y artes plásticas, porque los hombres no deben competir con Dios en lo que se refiere a la “creación” de algo” escribe Jostein Gaarder y la retaliación es mencionada por Manuela Romo: “La locura es el castigo para todo aquel que se atreve a ponerse a la altura de los dioses, en una palabra, que se atreve a crear...”. Así pues, el ser humano no puede ser dios y quien ose serlo se ve revestido del halo misterioso que genera atracción pero también temor, rechazo y hasta el castigo de los dioses. Incluso a mitad del siglo veinte aún se decía que quien se internara en los misterios del libro sagrado saldría de allí “loco”, al igual esa locura tocaría a quien compitiera con dios, dando pié a la leyenda del artista atormentado y enfermo mental.

En esta época pretender que se siga pensando que la creatividad artística es inherente a la locura y viceversa, sí que se constituye en locura, bobada o mito que oculta algún tipo de interés oscuro. La creatividad, al menos en el caso del artista, tiene mucho que ver con su experiencia personal, con su interior pero también con lo que sucede fuera de él, en su entorno y más allá; en esa otra realidad que traen los medios de comunicación. El artista o creador debe permitirse mirar dentro de sí, conocerse y reconocerse en el otro y en sus conflictos para estar conectado con la humanidad de la que no tiene sentido tratar de escapar.

El artista contemporáneo, sabe, así no lo confiese, que no existen las musas inspiradoras ni el hálito divino, que la experiencia personal (así sea común a muchos) le puede imprimir originalidad a su obra, que la creatividad depende solo de su voluntad para dejarla aflorar. Sabe que los conflictos y problemas están presentes a lo largo de la vida para todos los humanos, pero que depende de él convertirla en una experiencia productiva si usa el arte mismo como herramienta liberadora.

El artista contemporáneo, sabe, así no lo confiese, que no existen las musas inspiradoras ni el hálito divino, que la experiencia personal (así sea común a muchos) le puede imprimir originalidad a su obra, que la creatividad depende solo de su voluntad para dejarla aflorar. Sabe que los conflictos y problemas están presentes a lo largo de la vida para todos los humanos, pero que depende de él convertirla en una experiencia productiva si usa el arte mismo como herramienta liberadora.

El artista contemporáneo debiera saber, que la pose de ser divino, ya no cuadra con la época que vivimos.

Escrito por: Betty Cárdenas. Artista.


El poder del arte
“El arte es una actividad humana consciente capaz de reproducir cosas, construir formas o expresar una experiencia, si el producto de esta reproducción, construcción o expresión puede deleitar, emocionar o producir un choque” Wladyslaw Tatarkiewicz