Betty Cárdenas / Artista
Betty Cárdenas (Medellín, Colombia, 1960) es artista plástica egresada de la Fundación Universitaria de Bellas Artes. Desde 1982 ha expuesto su obra en múltiples espacios culturales a nivel nacional, en muestras individuales y colectivas. Su producción artística, profundamente autobiográfica, explora la experiencia de ser mujer en una sociedad marcada por la violencia, el machismo y la indiferencia. A través de la pintura, la instalación y la performance, su obra aborda temas como el deseo, la maternidad y el duelo. Destacan en su trayectoria series como Maternidades y Bailarina en la eternidad, donde el cuerpo femenino se convierte en símbolo de resistencia, memoria y denuncia. Su arte ha sido descrito como un autorretrato vital, emocional y político que interpela desde la honestidad y la herida.

La serie "Bailarina en la eternidad" de Betty Cárdenas es un conmovedor testimonio artístico que trasciende el lienzo para convertirse en un acto de memoria, resistencia y amor maternal. A través de un lenguaje visual profundamente expresionista, Cárdenas captura la esencia etérea de su hija, una joven bailarina de ballet clásico trágicamente asesinada en 2008. Las obras, cargadas de texturas vigorosas y colores intensos como rojos, azules y verdes, reflejan una dualidad emocional: la delicadeza de la danza y la violencia del duelo.
En cada pintura, la figura de la bailarina emerge como un espectro de luz blanca, suspendida en un fondo caótico de pinceladas abstractas. Este contraste simboliza la pureza y la gracia de la hija de Cárdenas, quien parece danzar en un espacio atemporal, inmune al olvido que su madre se niega a aceptar. Los tonos oscuros y los trazos enérgicos sugieren el dolor y la rabia de la pérdida, mientras que los destellos de color vibrante —verdes y amarillos en algunos lienzos, púrpuras y rojos en otros— evocan la vida y la pasión que la joven dejó atrás. La superposición de capas y la aparente fragmentación de la figura central refuerzan la idea de una memoria que lucha por mantenerse intacta frente a la fractura emocional.
Cárdenas el acrílico con espátula sobre lienzo para el fondo de cada pintura, creando una sensación de profundidad y movimiento que remite al dinamismo del ballet. La bailarina, a veces apenas discernible entre las pinceladas, aparece como un eco que reverbera en la eternidad, un recordatorio de su presencia inmortal en el corazón de su madre y en el arte que la homenajea.
Maternidades
Óleos y acrílicos
La serie Maternidades de la artista colombiana Betty Cárdenas propone un recorrido por los vínculos íntimos entre el cuerpo femenino y la naturaleza como matrices generadoras de vida. A través de una estética que fusiona figura humana y elementos geológicos, marinos y forestales, la muestra plantea una reflexión sobre el origen, la fertilidad y la conexión entre la mujer y el paisaje como cuerpos vivos que gestan, protegen y transforman.
Cada obra es una alegoría del útero natural y humano: cavernas, árboles, piedras y mares cobran una calidad orgánica, cálida y pulsante. La artista trabaja con técnica mixta —acrílico con espátula sobre lienzo y óleo pastel— para crear texturas densas y matéricas que refuerzan el carácter visceral y sensorial de sus imágenes. Las formas no son estáticas: se entrelazan, se desbordan, se disuelven unas en otras, configurando territorios simbólicos donde la vida se gesta silenciosamente.

Fluturi
“Fluturi”, la instalación de Betty Cárdenas, es una obra que trasciende el arte visual para convertirse en un poderoso discurso poético sobre la renovación, la transformación y el renacimiento. A través de miles de mariposas de papel suspendidas en el espacio público, Cárdenas teje una metáfora viva que conecta el mundo terrenal con el espiritual, evocando un diálogo profundo sobre la fragilidad y la resiliencia de la existencia humana, especialmente en el contexto de las mujeres.
La obra, nacida en 2012, se inscribe en un momento clave de transformación en las artes públicas, donde el espacio urbano se convierte en un lienzo para la reflexión colectiva. Las mariposas, agitadas por el viento, cambian de color y forma con el paso del tiempo y las inclemencias del clima, simbolizando no solo la efímera belleza de la vida, sino también su capacidad de mutación frente a la adversidad. En las imágenes compartidas, se observa cómo las mariposas se integran orgánicamente a los árboles, sus tonalidades otoñales resonando con el entorno natural, como si el paisaje mismo participara en este acto de metamorfosis.
Bajo el título “Fluturi, migración mundial de mariposas por la vida de las mujeres”, la instalación adquiere una dimensión política y social al replicarse cada 25 de noviembre en diversas ciudades del mundo. Este gesto, adoptado por artistas y activistas, visibiliza la violencia contra las mujeres como un problema global, no aislado, y transforma la obra en un manifiesto colectivo. Las mariposas, símbolos de libertad y transformación, se convierten en un recordatorio de las vidas que han sido silenciadas y, al mismo tiempo, en un canto a la resistencia y la esperanza.
Un aspecto notable de “Fluturi” es su carácter participativo. Cárdenas no solo invita a los transeúntes a contemplar la instalación, sino a involucrarse activamente en su creación e instalación. Este enfoque democratiza el arte y lo convierte en un acto comunitario, donde cada participante se cuestiona su propia postura frente a las problemáticas que la obra aborda. En este sentido, “Fluturi” no es solo una instalación, sino una experiencia transformadora que interpela y une a quienes la encuentran.
Coherente con el pensamiento y las vivencias de Betty Cárdenas, “Fluturi” es un reflejo de su compromiso con el arte como herramienta de cambio social. La instalación, con su delicada belleza y su mensaje contundente, logra tender un puente entre lo material y lo etéreo, entre el dolor y la sanación, dejando una huella imborrable en quienes tienen la fortuna de presenciarla o participar en ella.
Feria de las flores
En la instalación La feria de las flores, la artista Betty Cárdenas nos enfrenta a una imagen tan bella como perturbadora: cuchillos suspendidos en el aire, apuntando hacia la tierra como amenazas latentes, coronados por ramilletes floridos que evocan recién florecer. De cada hoja metálica emana sangre, como si la vida que sostienen las flores se alimentara de una violencia silenciosa pero persistente. Esta obra, tan potente en su simbolismo como en su montaje visual, es una crítica directa al contraste entre la belleza celebrada y la violencia encubierta.
Con esta instalación, Cárdenas vuelve su mirada crítica sobre Medellín, ciudad a la que pertenece y de la que extrae tanto la estética como el contenido político de su obra. La artista utiliza uno de los íconos culturales más reconocibles de la región —la Feria de las Flores— no para celebrarlo, sino para cuestionar lo que esconde: una tradición que, aunque orgullosamente exhibida, convive con profundas problemáticas sociales. Al poner en tensión los valores festivos con los signos del dolor, la obra revela la superficialidad de ciertos discursos culturales cuando no se confrontan con la realidad de las mujeres que, históricamente, han sido silenciadas, utilizadas o violentadas en nombre de la tradición y el progreso.
El gesto de hacer florecer cuchillos no solo subvierte el símbolo clásico de la flor como sinónimo de vida, pureza o belleza, sino que transforma estos ramos en artefactos de denuncia. El filo del cuchillo remite al sacrificio y a la amenaza constante que enfrentan las mujeres, especialmente cuando sus vidas son puestas al servicio de intereses económicos o culturales que las deshumanizan.
La feria de las flores es, así, una obra que condensa belleza y horror, celebración y advertencia, memoria y presente. Betty Cárdenas ofrece con ella una metáfora poderosa sobre el costo oculto de las tradiciones, y plantea una pregunta incómoda pero urgente: ¿a quién beneficia la belleza cuando se construye sobre la sangre?
Escudo de tutú para "valientes" hombres
“Escudo: Arma defensiva, que se lleva embrazada, para cubrirse y resguardarse de las armas ofensivas y de otras agresiones.” Definición de La RAE.
Con Escudo de tutú, la artista Betty Cárdenas nos propone una instalación sutil pero profundamente disruptiva que convierte un objeto tradicionalmente asociado con la belleza, la gracia y la feminidad —el tutú de bailarina— en un artefacto de defensa y denuncia. Instalado mensualmente desde 2008 en el Parque de la bailarina Isabel Cristina Restrepo Cárdenas en Medellín, este tutú de papel crepé y yeso, teñido con hilos de celofán rojo que evocan sangre, se alza en lo alto de un árbol como un símbolo suspendido entre la delicadeza y la agresión, entre la exposición y la ocultación.
A primera vista, la obra parece rendir homenaje a la estética de lo femenino, resaltando sus formas, texturas y colores suaves. Sin embargo, la pieza está incompleta: solo la parte delantera del tutú es visible, lo que inmediatamente introduce una pregunta inquietante: ¿quién se protege detrás de esta imagen idealizada de lo femenino? Al ubicar la prenda como un "escudo", Cárdenas subvierte su uso habitual y lo transforma en un símbolo de encubrimiento, señalando cómo históricamente lo femenino ha sido instrumentalizado para proteger a otros —especialmente a hombres— de las consecuencias de sus actos.
Este gesto artístico se enlaza con una larga genealogía de silenciamientos y apropiaciones: niñas culpadas por los actos de sus hermanos, madres utilizadas como refugio para las fechorías de sus hijos, mujeres cuyo trabajo intelectual ha sido robado o invisibilizado, y cuerpos femeninos expuestos para escudar cobardías masculinas. El Escudo de tutú se convierte así en una crítica certera a la violencia simbólica y física que se ejerce contra las mujeres, muchas veces encubierta bajo la estética de la feminidad o la retórica del resguardo.
La persistencia de la artista en repetir esta instalación mes a mes, en un espacio público, refuerza la dimensión performativa y testimonial de la obra. Es un acto de memoria y resistencia que interpela al transeúnte, lo obliga a mirar más allá de la forma y a preguntarse por los silencios que la belleza puede esconder. Al poner en evidencia la manera en que la feminidad ha sido utilizada como pantalla, Betty Cárdenas nos invita a desmontar las estructuras que perpetúan la violencia machista bajo capas de aparente armonía.
Video: Cortometraje. Participó en la convocatoria "Medellín para verte mejor. Comfenalco. 2008-2009" y es material de consulta en la Biblioteca Comfenalco.
Performance: Presentado en espacio público en 2008.
Silencio
Silencio, la impactante performance de Betty Cárdenas presentada por primera vez en 2010 en espacios públicos de Medellín, es una obra que detiene el tiempo para enfrentarnos con una de las tragedias más desgarradoras y persistentes de nuestra sociedad: el feminicidio. Dos figuras femeninas vestidas completamente de blanco —una madre y su hija adolescente— encarnan una escena de dolor absoluto. La madre sostiene el cuerpo inerte de su hija asesinada con una expresión entre la incredulidad, la desesperación y el duelo paralizante. El gesto remite de forma inevitable a La Pietá, tanto en la versión clásica de Miguel Ángel como en la relectura conmovedora de Käthe Kollwitz. Sin embargo, Silenciono es una réplica; es un eco contemporáneo que visibiliza un crimen cotidiano ignorado por la indiferencia social.
En esta obra, Betty Cárdenas transforma el espacio público en altar y testimonio. La representación humana, viva pero estática, genera una tensión que obliga a mirar de frente el horror que con frecuencia se quiere evadir. El blanco del vestuario, lejos de transmitir pureza o paz, se convierte en un símbolo lacerante de pérdida y vacío, contrastando con la brutalidad de lo que evoca: la muerte de una joven a manos de una sociedad que sigue justificando la violencia machista, muchas veces en nombre del deseo, el control o la tradición.
El silencio al que alude el título no es solo el de la escena: es el de la justicia que no llega, el de los medios que pasan página, el de las familias que deben seguir viviendo con la ausencia. La madre que llora a su hija, sin nombre ni culpables, es el retrato de miles de mujeres que sobreviven mutiladas emocionalmente, convertidas también en víctimas colaterales de un sistema que permite que sus hijas sean asesinadas.
Silencio no busca la conmiseración, sino la incomodidad. Nos exige detenernos y pensar en qué sociedad vivimos, qué valores sostenemos y qué complicidades nos atraviesan. Es una obra que convierte el duelo en denuncia, el arte en grito contenido, y a la maternidad en campo de resistencia frente a la barbarie.
Despojos de tutú
Despojos de tutú es una instalación que nace de la memoria, el desgaste y la violencia. Betty Cárdenas construye esta obra a partir de los restos reales de los Escudos de tutú que fueron intervenidos mes a mes en el Parque de la Bailarina Isabel Cristina Restrepo Cárdenas, en la Comuna 14 de Medellín. Lo que comenzó como una acción poética y crítica —una pieza que denunciaba la utilización del cuerpo femenino como escudo— muta aquí en una obra donde el paso del tiempo y la acción humana terminan de completar el mensaje, llevándolo a un plano aún más perturbador.
Los tutús recuperados, descoloridos por el sol y la lluvia, reblandecidos por el viento y la intemperie, remiten a la fragilidad del cuerpo femenino, a su inevitable vulnerabilidad frente al tiempo. Pero es la huella humana —cortes con cuchillo, quemaduras, destrucción deliberada— la que revela con crudeza una violencia no simbólica, sino real. En Despojos de tutú, el arte ya no necesita representar el daño: el daño está ahí, palpable, acumulado, testimonio involuntario de una sociedad que no solo ignora la violencia contra las mujeres, sino que a veces la perpetra incluso en el gesto de destruir una obra que la denuncia.
La instalación se convierte así en una doble metáfora: por un lado, del cuerpo violentado y desgastado por años de agresión y desinterés social; y por otro, del espacio público como territorio en disputa, donde el arte feminista incomoda, provoca y, por lo mismo, es atacado. Esta respuesta agresiva del entorno —lejos de invalidar la obra— la confirma y la potencia. Lo que era una denuncia performativa se convierte, por obra del contexto, en una herida abierta, viva, compartida.
Despojos de tutú no solo interpela al espectador sobre la violencia de género, sino también sobre el silencio colectivo, la permisividad y la resistencia (o falta de ella) ante la presencia del arte que incomoda. Es un espejo turbio de Medellín, de su relación con lo femenino y con el arte público. Cárdenas, con esta obra, no ofrece consuelo ni redención, sino la crudeza de lo real: el eco físico de la violencia que no cesa, incluso cuando el arte se arriesga a denunciarla.